AMENZAZA CONSTANTE
Salimos en el carro con Elena y los niños
rumbo a cualquier lugar del campo que no se pareciera a la ciudad. Sin embargo,
al salir a la autopista comprendimos que ya estaba congestionada. Multitud de
personas hacían lo mismo que nosotros y ya no sabíamos si íbamos a lograr por
lo menos alejarnos un par de kilómetros. Tantos automóviles en la avenida
parecían una larga fila de hormigas luminosas que iban a velocidad de tortuga.
Ya eran miles y después millones intentando abrirse paso a empujones sobre el pavimento.
Elena y yo nos miramos durante largos instantes al advertir que aquella hilera
infernal no se movía un milímetro.
Así permanecimos un rato más hasta que
nuestros hijos en el asiento posterior dejaron de juguetear y empezaban a
dormirse. Esta vez ella me preguntó si sería posible que alcanzáramos a dejar
atrás la urbe antes que desapareciera tragada por la catástrofe definitiva y mi
respuesta quedó colgada de la misma incertidumbre que me producía contemplar en
la distancia las luces poblando el horizonte mientras empezaba a anochecer.
ESPERANDO QUE REGRESE
El nombre de mi hermana había quedado
flotando en el infinito de mil y un interrogantes que a mi corta edad no supe
entender. Rondaba por las cercanías de la incertidumbre de no verla regresar y el
silencio que en torno a ella cerraba los labios de todos en la casa. Me hacía tanta falta cada tarde con su risa,
los cuentos que me leía y nuestras caminatas.
Pero no regresó desde entonces. Solo supe
todo, años después, al ver su nombre en aquellas letras doradas sobre el muro
rodeado de otros mil nombres que era lo único visible de su paso por la vida.
BIOGRAFIA DEL APURADO
Iba siempre de prisa en una carrera que no le
daba respiro para detenerse un instante. Corría día y noche y entre sueños se
veía yendo muy rápido, porque sentía que lo perseguían de manera implacable,
pero en realidad era él quien se empeñaba en ir cada vez más apurado.
Con el paso del tiempo se dio cuenta que esa
persecución que se le manifestaba en cada pesadilla, se hacía demasiado
evidente a medida que los años carcomían sus temores y hacían más presurosa su
carrera.
Cuando ya llegaba al límite de la
desesperación y la carrera presurosa, sus piernas no aguantaban más. Mientras
seguía y seguía devorando kilómetros comprendió su realidad final, de la que
siempre había huido apresurado: la muerte nunca vino corriendo tras él, se
acercaba tranquila en dirección contraria a encontrárselo de frente.
CONFESION DE LA VICTIMA
Confieso que si lo hice, que solo a mí se me
ocurrió y que no se culpe a nadie. Pueden decir lo que quieran en la prensa y
en la calle, total cuando se enteren de todo me van a entender o incluso me va
tener compasión. Es verdad que estuve bebiendo desde la una hasta las ocho, más
o menos y los tragos me envalentonaron, pero no lo planee sino en el último
instante en que las llamadas de ella me angustiaron de tal modo que no sabía
que decirle. Mis amigos se fueron despidiendo uno por uno, me quedé solitario
en el callejón y caminé sin que un taxi me recogiera ni los autobuses tomaran
la ruta de regreso. Entonces me acerqué al parque y vi el auto estacionado y a
la pareja de muchachos a un lado dándose besos como locos que no les importaba
el mundo y en ese momento en medio de mi desespero se me vino a la cabeza subirme,
las llaves estaban allí dentro, apenas cerré la puerta, lo prendí y le di
marcha adelante. No sé qué cara pusieron los enamorados porque me alejé muy de
prisa con el fin de encontrar la avenida que me llevaría pronto a mi casa.
Tiene que creerme, no lo robé, creo que lo tomé prestado y así no llegar tan
retardado. Lo juro. Pensaba dejarlo en un sitio donde pudieran encontrarlo. No
estoy diciendo mentiras. Ustedes entenderán que si alguien tiene una esposa
enferma de celos es capaz de cualquier cosa y tenía que regresar al hogar para
que me creyera que no estaba con ninguna otra.
UN OLOR A FLORES MUERTAS
Sigue inmóvil en medio de aquella sala y ya
no me atrevo a mirarlo. Lo hice una vez y ya no lo haré más. No puedo porque
hay momentos que no consigo creerlo, ni mucho menos aceptar que así haya
ocurrido. Que apenas ayer lo vi salir a la calle y en este momento está ahí,
quieto como las piedras, para siempre y ya la vida no va a ser como antes. No
volverán sus pasos a esta casa ni las risas van a acompañar las tardes. Ahora
llega un olor a flores muertas que parecen quemar el alma.
Es saber que le han disparado en un combate
que no tenía previsto, que lo cubre una bandera que luego será un poco de
tierra y los honores que le rinden solo serán un vago instante que se evapora
con el sonido de las cornetas. Aún no lo logro creer y me aferro a la
convicción que es apenas una pesadilla. Pero hay instantes en que no sé nada,
ni siquiera que pensar de nuestra hija cuando lo llama y me pregunta por qué no
le contesta y otra vez me vuelve a insistir con la ingenuidad de sus cuatro
años, mamá, ¿por qué llora la gente?
UNA CORTA HISTORIA DE AMOR
Cuando llegaron al instante más intenso de la
relación, un fugaz estupor les pasó por la mente, suficiente para acabar de entender
que eran personajes de un microcuento que el autor no quería ni debía prolongar
demasiado.
La fue
a esperar como hacía todos los viernes a la salida del colegio donde trabajaba
para ir a almorzar juntos y luego entrar a un cine. Le había prometido que iba
a estar tan linda con el vestido azul oscuro que a él le gustaba, y los zapatos
nuevos. Desde temprano se la imaginó caminando sobre el andén presurosa a la
cita.
Llegó
veinte minutos antes a esperarla con una calma devocional. Sabía que cada
segundo la acercaba más y quiso pensar en otras cosas. No sentir que esperaba
demasiado. Fue entonces cuando apareció frente a él aquella morena
despampanante con su sonrisa y su cuerpo cubierto de tentación, que le cortaron
el aliento al instante de empezar un dialogo de pregunta respuesta. Luego se
convirtió en una charla que parecía de mucho tiempo atrás; como si
intercambiaran en las miradas y en los gestos sus asombros mientras las
manecillas del reloj empezaron una alocada carrera y en ambos nació el deseo de
agarrarse de las manos, dejando caer una leve risa sobre el asfalto y marcharon
calle abajo hasta desaparecer entre la multitud.
La
mujer de la cita nunca supo qué sucedió ni por qué no llegó por ella y
desapareció de su vida para siempre.
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